Crecemos con la creencia de que ser egoísta está mal, que debemos poner las necesidades de los demás antes que las nuestras a cambio de amor y aprobación. Como resultado, suprimimos nuestro egoísmo saludable y lo reemplazamos por un altruismo compulsivo. Al hacerlo, no logramos abordar nuestro egoísmo inmaduro y llegamos a creer que simplemente desear ser felices es egoísta. Esto crea un profundo conflicto interno: anhelas amor y aprobación, pero para obtenerlos, sientes que debes suprimir tus propios deseos, lo que lleva a la paradoja de necesitar ser infeliz para ser feliz.
A medida que maduramos, nos volvemos dependientes de los demás y de las situaciones externas para definir nuestro valor. Dependemos de lo que los demás piensan de nosotros o de su necesidad de nosotros, y nunca aprendemos a respetar nuestros propios límites, porque dar a los demás parece más importante que darnos a nosotros mismos.
Esto solo puede llevar a la codependencia y a una falta de autoestima. Nunca te sentirás verdaderamente valorado si tu objetivo principal es buscar amor y admiración de fuentes externas. Podrías recibirlo temporalmente, pero nunca será suficiente.
Este patrón está profundamente arraigado en nuestra mente inconsciente, y liberarse de él requiere un esfuerzo constante. El primer paso es reconectar con nuestros deseos y discernir si provienen de un egoísmo inmaduro o de un egoísmo saludable. Reconectar con el egoísmo saludable significa aprender a amarnos y valorarnos a nosotros mismos. Solo tú puedes realmente darte el valor que mereces.
Con la autoestima viene la autorresponsabilidad. Al asumir la responsabilidad de crear una felicidad genuina en tu vida, comienzas a buscar formas de superar tus desafíos. Al hacerlo, inicias tu viaje hacia la autoestima y el empoderamiento, saliendo de la dependencia de los demás y siguiendo el camino hacia el amor propio y la claridad.